jueves, 16 de marzo de 2017

La juventud, siempre viva

La juventud ha peleado y sigue pelando sus propias batallas. El hecho de mantener las expectativas bien altas, de alimentar metas con una pujanza que deja cicatrices de rigor, es la prueba fehaciente que la dialéctica nos nació en las venas. ¿Quién habló de apatía en estas calles si hay una voz vehemente que no se queda en críticas vanas, que se esfuerza por una realidad mejor?

La mañana se le viene encima como la mancha sepia de sus cuatro paredes. Y allí dentro, sus alas demandan cada vez más espacio. Casi a un paso de los 30. Imbuida, o más bien absorta en esta, su realidad, que drena a cuenta gotas gritos mudos, también suyos, por un poco de independencia, por ese vuelo prolongado, lejos del hogar familiar.
Y al lado de su brazo una figurita pequeña le crece, como una extensión natural, pero que cada vez se siente más deliciosamente pesado en sus espaldas. Su hija es la realidad más tangible. Por ella le desborda la necesidad de un hogar propio, de rutinas coherentes a su percepción de la convivencia, de un soplo de privacidad para continuar con esa vida pospuesta que alguna vez de tanto imaginar creyó cercana.
Él es más simple y a la vez más complejo. Todos los días regresa del trabajo con una expresión cansada que no refleja precisamente los desmanes del cuerpo. Recuerda cuando entró a la universidad y creyó que una vez graduado su perfil sería más extenso, pero han pasado los años y a veces no entiende para qué tanta lección que no ha podido aplicar a plenitud.
Sus compañeros se han ido amoldando a las circunstancias. Algunos, mochila en mano o con una dirección en el bolsillo, fueron más audaces y consiguieron trabajo en La Habana, el viejo sueño de conquistar la capital. Pero él tiene por esta ciudad un latido profundo, aquí en medio de esta arquitectura ecléctica quiere ver crecer a sus hijos. Sabe que tiene mucho que ofrecer y solo espera una oportunidad, que puede estar cerca.
La juventud está llena de aspiraciones. Él y ella son solo un pretexto. Siempre hay un par de alas pujando hacia arriba en la espalda más insospechada, con propósitos cercanos o no tanto, pero casi siempre dignos de ser escuchados porque llevan el estigma de una generación que ha crecido con coraje, con una valentía a prueba de limitaciones.
He escuchado a muchos, incluso muy jóvenes, asegurar que estas generaciones se van acomodando, que la dureza de estos tiempos ha terminado por deglutir sus aspiraciones, y la mayoría anda por ahí medio devorada por una apatía insaciable, mientras otros solo saben criticar. El cambio perceptible de mi tensión arterial me puso el aviso y me ha hecho contestar las más de las veces: afortunadamente, están muy equivocados.
Día a día un montón de caras jóvenes laboran en todas esferas, muchos lideran proyectos trascendentes, salvan literalmente vidas humanas, dentro y fuera de Cuba, o más simple, conducen el transporte con el que se beneficia toda una ciudad. El caso es que cada cual entrega lo que puede y en cualesquiera de los casos me atrevo a asegurar que hay de por medio sacrificio. Detrás de estas caras, no lo dude, también hay historias con necesidades y aspiraciones tangibles, pero recuerde que han puesto sus sueños en esta ciudad y han dejado aquí sus manos para hacerlos posible.


La mía no ha sido nunca una generación de medias tintas. Crecimos con un apego confeso a la realidad y ante todo un amor heredado por esta sociedad, que con sus limitaciones y carencias, es nuestro hogar. A usted que me lee le convido, como Silvio, a creer cuando digo futuro. Por dos o tres casos aislados no juzgue a una juventud que solo merece su respeto, porque se ha cargado en hombros el coraje de hacer y de ser más, una juventud de la que como parte y nunca juez, yo me siento orgullosa.

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