Los cubanos, en cualquier latitud del planeta en que nos
encontremos, vivimos orgullosos de nuestra nacionalidad. José Martí habló sobre
el tema en un discurso que pronunció en Tampa en 1891. Dijo: «Se dice cubano, y
una dulzura como de suave hermandad se esparce por nuestras entrañas, y se abre
sola la caja de nuestros ahorros, y nos apretamos para hacer un puesto más en
la mesa, y echa las alas el corazón enamorado para amparar al que nació en la
misma tierra que nosotros, aunque el pecado lo trastorne, o la ignorancia lo
extravíe, o la ira lo enfurezca, o lo ensangriente el crimen». La madre
naturaleza se encarga de afianzarnos ese cariño por nuestras raíces mediante
fórmulas increíbles. Si lo dudan, observen cómo diseñó con nubes sobre el
azulísimo tapiz del cielo la entrañable fisonomía cartográfica de esta Isla de
todos. ¿No es como para asombrarse?
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